En CORACEROS de Viña del Mar

Caminaba por Libertad, la larga avenida viñamarina.
Muchas veces he recorrido esta ciudad, siempre ella ha sido testigo de momentos importantes en mi vida. Nunca viví en ella, sólo he sido un ciudadano de paso, nada más.
Al final llegué al edificio Coraceros; sí... en este lugar estuve una vez. Entonces era la puerta de un Regimiento la que se encontraba allí. El soldado de la guardia llamó a su superior; me llevaron a un patio, allí se encontraban muchos jóvenes. Eran tiempos de mi mocedad, eran mis días del servicio militar.
Me examinaron el físico y me dijeron que yo estaba muy flaco y ojeroso y que posiblemente no quedaría aceptado ni vestiría uniforme. A los pocos días me enrolaron.
No creo que esa experiencia me haya agradado. A un librepensador en formación no le hacen bien aquellas órdenes que vienen y que van; por otro lado, mi estado de ánimo no era el mejor. Estar encerrado allí habiendo tanta diversión afuera en ese verano, era como un despilfarro de la vida y no le encontraba mayor sentido.
Estuve tres meses en este regimiento. En la foto añosa que comparto con ustedes, observo muchos y variados rostros; de algunos recuerdo su nombre; otros me son familiares, pero ya son anónimos, tampoco sé dónde estarán esos seres ni sé qué les habra pasado; si su existencia ha sido de sonrisas o de tristezas.
Estando en las noches durmiendo en la cuadra que se nos había asignado, siempre era despertado por el "Gordo" Rodríguez y por el "Cara de Hombre" Orellana. Eran los últimos en llegar y siempre entraban cantando "si estamos en las mismas condiciones, borrarte de mi mente no he podido, hay que olvidar lo que nos ofendimos y hacer de cuenta que hoy nos conocemos..." era la leyenda de un bolero cuya melodía todavía recuerdo con agrado... con mucho agrado. Ambos conscriptos eran desenfadados, alegres y dicharacheros. Bueno, en una agrupación humana como es un regimiento se fortalece el espíritu de grupo, porque todos estábamos viviendo el mismo problema, el de poder sobrevivir aquello que parecía una prueba de todo o nada.
Durante quince días estuvimos sin salida, añorábamos nuestra libertad, imaginábamos qué haríamos el día que saliéramos de franco. Nuestros pensamientos se distrajeron con la llegada de los caballos de la remonta que trajeron una noche... ¡eran cuatrocientos!. Los observábamos con extrañeza, ellos también nos miraban de reojo. El teniente Arredondo nos dijo que nos calmáramos, que les trajéramos zanahorias y unos terrones de azúcar, si así lo hacíamos, nos haríamos amigos de los caballos, luego, cuando pasara el tiempo y nos despidiéramos, los caballos y nosotros sabríamos lo que es echarse de menos...porque el hombre y el caballo...eran animales de costumbre.
Así conocí a Regalo, fue el caballo a mi cargo, se decía que había sido un excelente animal de carrera. Cuando cabalgábamos por la playa de Ocho Norte, Regalo demostraba lo cierto de su pasado.
Un día salimos a terreno, cada hombre en su caballo, formábamos una larga fila, íbamos por los altos de Santa Inés. Era muy temprano y de las casas de barro salía el humo de la mañana; el sol convidada a vivir el día pleno de luz, abajo se veía muy azul la laguna de El Tranque, hoy llamada Sausalito. Yo iba imaginando cosas, iba como volado sin necesidad de marihuana... creía estar viviendo en cualquier época y en cualquier lugar; de pronto, Regalo tropezó y salí disparado del caballo golpeando mi rostro fuertemente contra el suelo. Estuve tres días en Enfermería.
No sé qué hice en ese lugar durante esos meses, pero nunca he podido olvidar esos días, donde cada instante se vivía intensamente, como respirando mil imprevistas situaciones. Aún resuenan esas voces y aún recuerdo aquellos rostros.
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