En el Lugar de las Cosas Extrañas

En el mes de septiembre se percibía un clima de fiesta y los rostros de los habitantes demostraban una no oculta alegría. Sabían que ocurrirían hechos divertidos, que los llenarían de felicidad. Muchas preocupaciones habían en sus vidas, pero habían aprendido que cuando la diversión viene había que recibirla con mucho contento..
Llegó a la oficina de Samuel un señor en la cincuentena de su vida, era la cara afable de don Ernesto , una persona nacida en el barrio, un conocido deportista y un varón muy respetado por todos los vecinos. El se encargaba de la revista deportiva del Juvenil del cerro, Samuel le ayudaba en la redacción.
- Los vecinos están alegres, don Ernesto. Se nota en sus miradas un aire de Fiestas Patrias.
- Y, usted, don Samuel, no sabe lo que ocurre aquí. Además de los jolgorios que surgen en esta fecha, también tenemos la gran pelea. Desde pequeño presencié este verdadero acontecimiento que ocurre en este lugar. Dos mocetones se enfrentan en estos días del dieciocho, en un ring de box que los vecinos levantan con apoyo en materiales de parte del dueño del fundo. Se repleta de gente la hondonada donde ocurrirá la pelea. Se colocarán adornos y serpentinas. Se junta dinero que será para el premio al vencedor y para la gran comida que vendrá después, a todo trapo y diversión. El ganador será festejado como un rey y el perdedor...bueno, el perdedor...mejor se pierda por un tiempo del barrio. La gente lo mirará con lástima, con un cierto menosprecio, porque en vez de ganar...perdió...será un verdadero paria y todos le faltarán el respeto.
Samuel no se sintió muy extrañado con la confidencia de Don Ernesto. Ya muchas cosas había oído de este sector. Algunos decían que allí llovía de abajo hacia arriba y con el tiempo lo pudo comprobar.
También se hablaba de una esquina donde solía juntarse un grupo de personas de distintas edades, permanecían allí contemplando una puerta verde que en el algún momento se abriría. Algunos se recostaban en el suelo y luego se levantaban sin apoyarse en nada, nadie sabía cómo lo hacían. Eran llamados los dioses, no hacían nada malo, tampoco hacían nada bueno. En sus rostros se percibía una pacífica complacencia.
En un lugar del barrio había algo parecido a un conjunto de tumbas que recordaba a los muertos del terremoto de 1906. Era un centro de reunión y de conversación con vecinas muy divertidas. Hablaban de las aventuras de algunos vecinos como la del “ Loco Quico”, quien una vez entró a una casa del barrio y se robó una moza de ese hogar. La joven volvió a casa días después y nunca quedó nada claro qué había pasado en verdad, nunca hubo demanda ni acusación, sólo se sabe que cuando el afamado loco enfermó esa moza lo iba a ver al hospital. En cosas del corazón no se sabe mucho...ocurre de todo.
Cierto día llegaron unos funcionarios del Servicio de la Vivienda, venían acompañados por unos jóvenes universitarios. En la escuela del lugar reunieron a los vecinos. El deseo de las visitas era proponer a los pobladores unas viviendas mejores que las que ellos tenían, serían construidos para ellos departamentos cómodos en el centro de la ciudad. Todos los asistentes estaban contentísimos con esta propuesta, pero algo ocurrió.
Don Juan Alfaro, un profesor, pidió la palabra y dijo:
- Todo está muy bien, pero hay un problema...los vecinos de este sector tienen junto a ellos seres muy queridos, son sus mascotas, que las hay de toda especie...¿ Dónde se las acomodará en esos departamentos ? ...Pensar que las familias se irán sin sus queridos regalones es pensar en lo imposible...
Lo que se había tratado en la reunión quedó en la nada y la gente siguió contenta y feliz con sus regalones. Era algo que las muy bien intencionadas visitas no habían considerado, tampoco habían advertido que los vecinos en sus casas tenían terrenos para sembrar. Ellos estaban satisfechos con su vida...quizás podrían cambiarla por algo realmente mejor.
Comenzaron a circular rumores sobre la gran pelea y asomaban dos varones de mucha historia. Uno era apodado Juan Diablo y el otro se llamaba Martín Vergara.
Juan Diablo, era un joven regordete, pero muy ágil, sagaz, con muchas mañas y muy ladino, impresionaba a cualquier mortal cuando lo miraba con sus ojos amenazantes. Pertenecía a la familia de los Diablos, en verdad se conocía poco de sus apellidos. Cuando Juan entró a la escuela, no hubo forma de controlarlo, fue desde pequeño una persona que no aceptaba limitaciones y poco tiempo permaneció en el colegio. Le agradaba vivir libremente. Cuando joven fue considerado líder por sus pares y cuando llegaba la primavera salía en correrías y era el temor de los vecinos. Una vez intentó raptar a una profesora. No logró sus propósitos y tuvo que alejarse un tiempo del cerro, hasta que la marea pasara. Como rival era un hombre muy peligroso, él no respetaba los principios de la buena conducta.
Martín Vergara, era un joven de buen entendimiento, pero de maneras toscas. Había sido criado por su abuela a quien todos llamaban “Doña Filósofa”, mujer muy sabia en sus respuestas y tenía muy en claro las cosas que quería cuando formulaba una propuesta..
A Doña Filósofa se le ocurrió que a Martín había que enseñarle a ser caballero y nada mejor que conversar con el profesor de su nieto. Este se entusiasmó y le propuso incluir al muchacho en una parodia que estaba preparando en la cual Martín sería nada menos que don Quijote de La Mancha.
En esta parodia Martín fue ungido caballero por otro estudiante que hacía de dueño de la venta. El problema estuvo en que Martín creyó que aquellas vueltas y revueltas de la historia caballeresca eran verdaderas y que él era en verdad caballero y esto nadie pudo sacárselo de la cabeza. Se sentía enviado por los dioses para cambiar el mundo y creía mucho en su alta misión. Esta pelea fue para él un motivo más en su lucha por el bien, derrotando a los endriagos del mal.
Llegó el día 19 de septiembre, a las 3 de la tarde, la hondonada estaba repleta de gente. Se habían colocado asientos provisorios de cualquier naturaleza. El enfrentamiento se veía prometedor. La gente quería una lucha de hombres recios. Destacaban las barras que apoyaban al combatiente de sus preferencias. Hombres, mujeres, niños, de todas las edades, vociferaban.
Cuando los contendientes subieron al ring, los ojos de Juan Diablo se abrieron más que nunca los había abierto en su vida. Martín recordaba lo que su abuela le había aconsejado: “mueve la cintura...siempre...mueve la cintura...de repente lanzas un puñetazo hacia el lado..”. Un hombre macizo y alto hizo de árbitro. Se pelearía a diez rounds.
En el primer round Juan Diablo fue una avalancha, Martín trataba de eludir usando la cintura y cuidando su rostro. En los rounds siguientes la presión de su rival fue tal que Martín presentía su pronto final. Pero él representaba el bien en este mundo y tenía de alguna manera que resistir ante las fuerzas del mal . El público rugía y se burlaba de la poca lucha que daba Martín. Pero éste continuaba en pié más por orgullo de caballero , porque los argumentos boxísticos de Diablo eran muy superiores. El problema mayor surgió cuando Martín recibió un cabezazo de su rival y quedó aturdido, pero siempre de pié. Sólo recordaba lo recomendado por su abuela, pero tampoco eso resolvía su situación.
Viendo Juan Diablo lo fácil que le resultaba su rival se lanzó sin contemplaciones ni cuidados a rematar a su contendor. Ante la andanada de golpes Martín sólo atinó a mover la cintura y golpeó hacia el lado con tanto acierto que encontró la quijada de Juan Diablo, quien cayó aturdido en la lona.
La pelea había terminado, las fuerzas del bien habían vencido.
El público enmudeció, parecía un desenlace increíble, pero lo acontecido era eso y Martín Vergara fue el vencedor, aunque nadie dudaba del poderío del vencido.
Doña Filósofa, muy presta viendo a su nieto atontado, se acercó al jurado aduciendo que ella era la apoderada y que le correspondía cobrar la recompensa del vencedor. Se le dijo que ella no había firmado nada y que el premio sería entregado sólo al ganador. Ella protestó, pero su nieto, ya repuesto, la calmó.
-Abuela, no reclames, la gente se dará cuenta que tú no sabes leer ni escribir. Han transcurrido más de sesenta años y nadie lo sabe aún. Guarda tu secreto.
Asi terminó la tradicional pelea de ese año. Una gran fiesta los alegró a todos. Siempre he creído que Samuel muchas veces habrá pensado si los escritos e informes de su oficina son tan normales, con fechas exactas para su entrega, viviendo subordinado a tanto documento. Quizás los inquietos vecinos que lo rodean podrían ser más normales que él. Ellos sólo pretenden ser humanos, discuten, ríen, se divierten, en un mundo enfermo y estresado donde muchos han olvidado vivir.